tractor roto ElObservadorUn pueblo en el CTI

En uno de los pulmones agrícolas del país, cuando el campo estornuda la ciudad se enferma; hay desánimo entre los pobladores y el panorama tiende a empeorar

Juan SamuelleEnviado a Ombúes de Lavalle
Si habrá crisis que el gomero del pueblo no puede cambiar sus propias cubiertas. Eso, un poco en broma, bastante en serio, dijo Jarry mientras mostraba un agujero del tamaño de una moneda de $ 10 en una de sus alpargatas.

“Nada de nombre y apellido, soy Jarry, el gomero del pueblo”. Así se presentó a El Observador mientras manipulaba gatos, equipos de aire comprimido y otras herramientas en la ruta 55, al costado de Ombúes de Lavalle, cambiando una rueda de un tractor que trasladaba una tolva granelera de un campo a otro.

 

Tras la anécdota, admitió que “la zafra (de producción de granos) es malísima”.

“Antes ni loco se esperaba a que una cubierta reviente y ahora no queda otra que darle hasta que explote”, agregó.

En Ombúes de Lavalle, uno de los pulmones del Uruguay agrícola, la calidad de vida de la gente inexorablemente oscila según sea positiva o adversa cada cosecha. En estos momentos el repecho es empinado como nunca, tras varias zafras con números en rojo.

“El partido viene recontra complicado”, expresó Edgardo Rostán, uno de los referentes a nivel nacional en el sector. Defensor de los reclamos y planteos del movimiento Un Solo Uruguay, es productor agrícola y ganadero, presta servicios como contratista de maquinaria, preside la Cámara Uruguaya de Servicios Agropecuarios e integra la filial Colonia de la Cooperativa Agraria Nacional (Copagran), institución en la que además es fiscal.

En la mesa de un bar con dos de las 20 mesas ocupadas en pleno mediodía, reflexionó: “Todos sabemos que de esto se sale laburando, haciendo lo que sabemos y que el que baja los brazos solo cae más rápido”.

El gran foco de preocupación está en cómo financiar los próximos cultivos. Hoy existe la necesidad de aplazar el pago de compromisos contraídos por la compra de insumos o maquinaria, por ejemplo, pero al mismo tiempo no perder la categorización del crédito para acceder a liquidez que les permita volver a sembrar.

Rostán valoró la buena señal del Banco de la República, que generó que la banca privada analice seguir sus pasos, pero identificó un hueso duro de roer: las deudas con los proveedores, actores que también necesitan apoyos para pasar el momento y poder ser flexibles.

“Tenemos la cultura de pagar, solamente precisamos tiempo”, remarcó, tras lo cual admitió que si no hay un claro respaldo hay un número importante de productores que corren serio riesgo de quedar fuera de la cancha.

Mientras Rostán le mostraba la ciudad al periodista, su celular no paraba de sonar. Los clientes solicitaban servicios de cosecha apenas los campos volvían a ser transitables tras las lluvias y los trilladores le preguntaban qué debían hacer. También lo llamaban para contarle lo que a esa hora sucedía en La Macana, en Florida, durante la última de las movilizaciones de Un Solo Uruguay.

Rostán, entonces, habló de los problemas que hay lejos de los despachos bancarios y de las oficinas políticas, problemas que “le pegan a toda la sociedad”.

Este año tras soportar la sequía que impactó en una fuerte merma en el rendimiento de la soja, ahora el exceso de lluvias golpea la otra mejilla al agricultor, afectando la calidad. Muchas sojas han reverdecido y cuando se puede ingresar a trillar en la tolva aparece un alto porcentaje de granos muy pequeños, manchados o brotados. Cuesta recordar un año tan malo.

En su explotación, Rostán cosechó 125 hectáreas de 800 que sembró cuando debería haber concluido la labor. Logró rindes de 1.430 kg/ha (menos de la mitad que en 2017). Para cubrir los costos necesitaba 2.270 kilos. “Ahora lo que queremos es perder lo menos posible”, dijo resignado, inquieto por la suba de costos adicional que significa usar más gasoil para cosechar una soja con más humedad, transportar con el grano más agua en cada flete a los silos y hasta pagar por el secado.

Es más, debería haber iniciado las labores de siembra de cultivos de invierno, pues lo óptimo es hacerlo entre fines de abril e inicios de junio. Este año no hará trigo, tras las recientes malas experiencias. En 2017 sus trigales apenas dieron 750 kg/ha. Perdió mucho y con la cebada a duras penas empató. Esta vez plantará 300 has de cebada, a la espera de la revancha, que será la soja de 2018/19. Siempre con una de dos espadas de Damocles acechando: el clima. La otra, señaló, “es el brutal costo país, pero a eso no le vemos marcha atrás”.

Lluvia de bajada de cortinas
A pasitos de las chacras, “en la ciudad la gente anda de bajón”, graficó Rostán. “Hay una peladera brutal, este no es un pueblo de jodedores, no hay plata circulando”, reconoció. La situación es de desánimo, tendiendo a empeorar. El que no bajó las cortinas lo está pensando. Los carteles de “se alquila” y “se vende” brotan como hongos sobre la avenida principal, Zorrilla de San Martín. Algunos se ilusionan con alquilar los locales cuando llegue la zafra política. Hay menor poder adquisitivo, muchos no tienen otra que volcarse a la informalidad; quebró hasta la zapatería que funcionaba en el viejo cine y uno de los dos tortafriteros cerró el carro. Dicen que el que no se fundió fue porque se apretó el cinturón a tiempo. Para colmo, dijeron varios ciudadanos consultados, la inseguridad creció. Hay más casos de hurtos de gallinas y chanchos, de gasoil, de bombas de agua y hasta de antenas de GPS.

“Acá nadie llora por llorar, la dicotomía desilusiona, en la ciudad muchos no reconocen el valor que el campo tiene, capaz se dan cuenta dentro de seis meses, cuando les llegue el impacto que ahora nos pega a nosotros”, concluyó Rostán. “Ya nos pasó, pero no aprendimos”, concluyó.

“Vivimos de la agricultura”
Ramiro Prieto está al frente de un comercio “de ramos generales”, donde se pueden adquirir electrodomésticos, muebles y prendas de vestir. Allí hay, además, una agencia de Redpagos. Admitió que la mejor estadística “es la de mi bolsillo, no preciso mucho papeleo para saber que llevamos dos años con ventas en franca caída”. De 2017 a 2018 los ingresos cayeron 30%, “por lo menos”.

Con 30 años en el comercio, superó otras crisis. “Esta no llega al nivel de la de la fiebre aftosa (2001), pero vamos en caída porque al campo le va mal”, dijo, dejando bien claro cuánto incide el agro. “Acá sabemos que las 4x4 son para laburar... ¡ojalá los chacreros anduvieran en aviones! Uno respeta al turismo y a las plantas de celulosa, pero acá se vive de la agricultura”, enfatizó.

Prieto percibe que “la cosa se puso brava de verdad” porque muchos empezaron a mandar gente al seguro de paro, porque “la gente se atrasa en sus pagos” y porque “vienen a pedir cuanta oferta de crédito aparece en la televisión”.

En otro rincón de Ombúes, Diego Sánchez atiende un puesto de frutas y hortalizas, Nuevo Milenio, tras cerrar su pequeña empresa de transporte de granos como consecuencia de una mala experiencia con la empresa El Cimarrao –quebró– y la caída en la demanda de servicios. Comentó que cuando hay una mala zafra obviamente la gente no deja de comer, “pero elije más”. Por lo tanto, en vez de traer desde el Mercado Modelo papa de primera, trae de segunda, “buena también, pero más barata”, explicó.

Jarry, el de la alpargata con el agujero, definió a su labor como la de “un gomero móvil”. Señaló que supera la crisis trabajando cualquier día, a cualquier hora y en cualquier lugar: “Me la rebusco, arreglo bicicletas igual y me salva que soy solo, ¡menos mal que no tengo empleados!”, exclamó.

Glenda Artus atiende la parrilla y las mesas en el comedor del Centro Social. “Acá somos 100% dependientes del campo, por ejemplo si llueve el productor no cosecha, sus empleados no trabajan y yo pierdo la venta de muchas viandas”. Este año, en una campaña agrícola muy menguada, la cantidad de platos vendidos bajó 30%. “Esto nos pega a todos, al pintor, al carnicero, al panadero, nadie se salva”, reconoció.

A pocas cuadras, en un barrio en formación, Mauricio Geymonat –mecánico agrícola– trabaja desde su empresa El Rempujón desde Ombúes para todo el país. “El problema mayor de estas malas zafras lo vamos a empezar a ver recién ahora”, comentó.

Dijo que procura contemplar del mejor modo posible al cliente, que comprende que la enorme mayoría si no paga es porque no tiene más remedio que atrasarse y que la gente le pide “hilar más fino”.

“Estamos haciendo más parches que arreglos, lo necesario para que la máquina tire unos meses, hasta que cambie la pisada”.

Jorge Purtscher, vendedor de autos, camionetas y camiones en la firma Kleist –la única automotora que queda, la competencia se fue de la ciudad–, mencionó que este año no hubo ventas, que la última camioneta la vendió el año pasado y que van tres años sin vender un camión, pero que igual hay que seguir pagando un montón de cuentas.

Jorge Pontet, director de Agro Lavalle, una de las principales compañías que abastece de maquinaria y repuestos a los productores, coincidió en que una mala zafra perjudica a toda la ciudad.

“El clima ha sido muy adverso con el trigo primero y ahora con la soja, lo que se suma a los altos costos para vivir. Mientras está todo bien, más o menos uno la lleva, pero cuando hay sequía o exceso de lluvias se complica enseguida y repercute en todos”, dijo.

Explicó que “se vendió mucha maquinaria cuando el boom de la soja y ahora, con costos elevados, se dejó de sembrar bastante, sobre todo en áreas marginales, hay mucha maquinaria para lo que se siembra. Se venden repuestos, pero la gente invierte cuando rompe algo, no hay márgenes ahora para parar la máquina, revisarla y hacer prevención”.

“Hay números que son más que justos”, evaluó.

Además, el problema del endeudamiento es “muy serio” porque la cosecha falló, la gente no tiene con qué cumplir y “lo peor es que no sabe cómo obtener recursos para volver a cultivar”, añadió.

El futuro lo percibe como una moneda en el aire. “Con los costos altos estamos muy jugados al clima, los precios mejoraron, pero precisamos rendimientos altos y calidad. Tenemos claro que recuperar un año tan malo nos lleva cuatro o cinco buenos”.

La legendaria planta de silos de Copagran, el sitio donde culminó la recorrida por Ombúes, ofreció una postal que resume el momento actual: ni un camión, todo en silencio, cuando en una zafra normal allí se generan extensas colas a la espera de descargar el sustento de la zona, que toma la forma de granos.

Diario EL OBSERVADOR - Montevideo - URUGUAY . 12 mayo 2018