forestal eucaliptoSector forestal en Chile: Cómo habría sido sin pino y eucalipto

¿Se habría realizado la forestación a la escala que se realizó con otras especies? ¿Cuáles se hubieran elegido? ¿Los resultados hubieran sido los mismos? Saberlo con certeza es imposible, pero en este artículo expertos elucubran acerca de ese escenario ficticio.

Si a fines del siglo XIX no se hubieran iniciado las plantaciones de pino y eucalipto, es probable que otra sería la historia que contaría hoy el sector forestal chileno.

Sin embargo, el pasado forestal de Chile se remonta a antes de que llegaran al país el Pino radiata y Eucalyptus globulus y nitens. Aún sin ellos, la tarea de forestar se pudo haber realizado con especies tanto nativas como traídas de otras latitudes, pero de silvicultura conocida.

 

“Eso lo demuestran la serie de ensayos de introducción de especies en los parques y jardines antiguos en el centro y sur de Chile desde la época de la colonia”, dice Patricio Toledo, gerente general de Eco Soluciones Forestales Ltda. y de Woodnic. “Los silvicultures europeos realizaban hace años plantaciones en Europa con especies introducidas que presentaban ventajas en determinadas condiciones respecto de las especies locales”, añade.

Lo que no se sabe es si las especies elegidas hubieran prendido con igual fuerza y vigor, y si las plantaciones abarcarían hoy el 14% de la superficie del país, ni si serían el principal sustento del sector. La producción forestal en Chile se basa en un 99% en los bosques plantados que se ubican principalmente en la macro zona forestal desde la Región de Valparaíso hasta la Región de Los Lagos, y que abarcan el 28,3% de la superficie del país. La especie mayormente cultivada es el Pino radiata (59,1%) seguido del Eucalipto globulus (23,6%) y Eucaliptus nitens (10,5%), pilares de la industria forestal chilena.

“Probablemente habría habido algún desarrollo, pero nada, comparado con el que ha tenido el sector forestal en base a pino y eucalipto”, afirma José Antonio Prado, ingeniero forestal, Master of Science en Silvicultura de la Universidad del Estado de Nueva York y especialista en cambio climático del Ministerio de Agricultura. “El sector se ha desarrollado porque estas especies se adaptaron muy bien a suelos altamente degradados, con crecimientos de 20 o 30 m3 por hectárea al año, lo que es imposible lograr con especies nativas, ni en el mejor de los sitios. Está claro que sin especies de rápido crecimiento el sector forestal no tendría la importancia económica que tiene hoy”, asegura.

Si no fuera por la presencia de ambas especies, resulta difícil figurarse un nivel de desarrollo industrial similar al que hoy exhibe el sector, concuerda el ingeniero forestal y consultor, Germán Urra. “Sólo algunos pocos soñadores del ámbito público y privado imaginaron este escenario casi 80 años atrás, cuando Corfo iniciaba estudios sobre el tema de la forestación y las posibilidades de establecer industrias derivadas con el uso del recurso que se generaba”, señala.

En la década de 1950, según cifras de Corfo, se producían unos 3.000.000 de pulgadas madereras (71.000 m3 ) nobles a partir de la extracción de unos 150.000 m3 anuales de maderas nativas. Hoy, los volúmenes de materia prima que mueve la industria forestal mensualmente son del orden de 500.000 a 1.000.000 de m3, provenientes de bosques plantados de pino y eucalipto. “Los costos de producción y de ingresos provenientes por exportaciones, son realmente incomparables”, sentencia Urra.

Buen consejo
José Antonio Prado cree que es irreal pensar que el Pino radiata y el Eucaliptus nitens o globulus no hubieran llegado al país, ya que con el desarrollo de la actividad forestal se iniciaron programas de introducción de especies foráneas con un método científico de parte del Instituto Forestal, a partir de la década de 1960.

“Dicha experiencia demostró que ninguna conífera supera al Pino radiata en adaptación y crecimiento, y tampoco a los eucaliptos por parte de las latifoliadas”, asegura. Sin plantaciones con dicha capacidad de adaptación, tasas de crecimiento, resistencia a las plagas o la sequía, y versatilidad de la madera, el precio lo habría pagado el bosque nativo, ya que se lo hubiera seguido destruyendo para abastecer la creciente demanda de madera de parte del Estado para la construcción de viviendas, y para la fabricación de papel periódico, materiales para embalaje y cartones.
En la década de 1950, según cifras de Corfo, se producían unos 3.000.000 de pulgadas madereras (71.000 m3 ) nobles a partir de la extracción de unos 150.000 m3 anuales de maderas nativas.

Debido a la búsqueda de las mejores especies para obtener madera, el recurso autóctono ya se encontraba en franca degradación en la zona centro sur del país en la década de 1940, y no se barajaba la posibilidad de producir rollizos provenientes de raleos de renovales ni ningún manejo racional y sostenible del bosque nativo, como se hacía en Europa, ya que los primeros ingenieros forestales egresaron de la Universidad de Chile y Universidad Austral de Chile en 1956.

La presión de corta sobre el bosque nativo para obtener maderas se redujo ostensiblemente cuando el Estado se abocó a detener su degradación a partir del informe elaborado en 1942 por la llamada Misión Haig, equipo de expertos contratados desde Estados Unidos que hicieron un lapidario diagnóstico del estado de los bosques nativos en Chile y recomendaron recuperar terrenos con plantaciones de Pino radiata, debido a lo rápido que crecían los árboles.

“Sin plantaciones, se hubiera tratado de manejar de manera sustentable el poco recurso autóctono que hubiera quedado, pero en los años 70 habría desaparecido, y los ingenieros forestales se habrían dado cuenta, como de hecho lo hicieron, que la recuperación de la cubierta forestal del país no era posible únicamente con especies nativas, y habrían comenzado a plantar pinos y eucaliptos tratando de recuperar los suelos forestales completamente degradados”, advierte José Antonio Prado.

El pino se había probado con éxito en 1935 y el eucalipto a principios de siglo, y por sus excelentes resultados eran las especies adecuadas para usar en una forestación masiva, como fue la iniciada a finales de la década de 1960.

Apoyo del Estado
El aporte ambiental de las plantaciones resultó clave para detener la severa y galopante erosión que a mediados del siglo XX afectaba a miles de hectáreas de terrenos de aptitud preferentemente forestal entre la V y VIII regiones; suelos explotados con fines agrícolas durante siglos que habían perdido su capa vegetal, y que “las primeras generaciones de ingenieros forestales colaboramos a detener, generando institucionalidad y ejecutando y construyendo la actual realidad forestal gracias al Plan Colchagua en 1969, elaborado en el Departamento Forestal del SAG que fue el embrión de Conaf”, advierte Germán Urra.

Ello hizo que a principios del siglo XX el Estado contratara al naturalista alemán Federico Albert, para que desarrollara un programa de recuperación de suelos y de las dunas de Chanco, e hiciera un estudio para aclimatar especies foráneas de plantas y animales. Fue el pionero que recomendó e inició la plantación en esos terrenos con eucaliptus, entre otras especies. “El desarrollo forestal que hoy experimentamos no habría sido posible sin la intervención del Estado con las políticas públicas de forestación, como las que se implementaron a finales de la década de 1960”, apunta Urra.

Según Patricio Toledo, no hubiera sido posible desarrollar la industria forestal solo a partir de bosque nativo, debido a que los ciclos de corta de dichas especies es más prolongada, pero cree que el sector se hubiese desarrollado en otras especies introducidas desde la colonia, sin que necesariamente el crecimiento hubiera sido de menor magnitud. “El sector forestal de Estados Unidos y Canadá se desarrolla igual o mejor con especies que tienen tasas de crecimiento menores que las que presentan el pino y el eucaliptus en Chile”, dice.

Germán Urra sostiene que de ninguna forma hubiera sido viable una industria forestal basada en especies autóctonas. “No hubo ni un sólo ensayo conocido de plantación con especies nativas entre las regiones V y VIII porque las especies nativas requieren para crecer de un suelo con cobertura vegetal que en Chile no existía por efecto de la erosión”, explica. Situación que parece no haber cambiado, ya que ensayos experimentales de plantaciones nativas realizados por en los últimos años demuestran que tienen un costo demasiado alto para su establecimiento y desarrollo masivos.

Grupo Editorial Editec - CHILE - 14 agosto 2018